Me dan miedo,
mucho miedo, esas personas que presumen y te ponen los ojos en blanco mirando
al cielo como si estuvieran iluminados para demostrarte lo espirituales que
son.
Piensan
que han llegado para hacer cosas muy importantes en la vida y se
dan una y otra vez contra el muro de la cotidianidad, pero siguen viviendo en
un mundo que, al parecer, les viene pequeño, y nos miran a los demás como
seres inferiores a los que no les ha rozado “LA VERDAD”. Una verdad que
por lo visto a las personas que nos dedicamos a vivir no se nos ha sido
revelada, y se dedican a meterte esa “verdad” entre pecho y espalda.
Si
difieres de sus ideas, te miran como se mira a un loco, a veces con
condescendencia, pero la mayoría acusadoramente.
Conocí a una persona que me
contaba que había recibido los Dones del Espíritu Santo; cada vez que te
la encontrabas te daba un sermón de la bondad y el amor a Su Señor, con tal
cara de éxtasis que me daba la sensación que iba a empezar a levitar de un
momento a otro, y yo estaba más pendiente de atrincarla por los tobillos para
que no se diera con el coco contra el techo, que de sus arreboladas
palabras.
Pero, eso
sí, era incapaz de auxiliar al vecino del al lado en un apuro.
Estos personajes, aun
no se han enterado que somos una dualidad, que somos materia y espíritu,
que hay que vivir cara a esas dos vertientes, no se puede alimentar a uno y
dejar al otro escuálido y muriendo de inanición. A qué negar lo físico si lo
físico no te va a negar a ti.
Por muy
espiritual que se sea, se sigue viviendo en este loco mundo y hay que tener los
pies bien pegados a la tierra si no quieres fastidiarte; y mirar de vez
en cuando hacia abajo para no caer de bruces al tropezar con una piedra o meter
el pie en un bache del camino, que dicho sea de paso en mi pueblo están muy de
moda.
Cuanta
gente hay desilusionada con la vida porque al creer que Dios los ha puesto en
este planeta para hacer cosas muy, pero que muy importantes y verse sumidos en
el día a día se cogen unas depres de caballo. No ven que lo de verdad
importante son esas cosas pequeñas que se hacen cotidianamente, esas cosas
que parece que no tienen importancia; que pasito a pasito se pueden hacer
grandes distancias y que el mar está compuesto de muchas gotitas de agua. Quizás sea más efectivo regalar una sonrisa o un abrazo que cientos y cientos
de palabras aleccionadoras.
Os cuento un
cuento:
Dicen que un día,
María necesitaba una aguja para coser la túnica que se le había roto a Jesús.
No muy lejos de sus casa había un hombre que cultivaba dichos aparatejos (no
olvidemos que esto es un cuento), y María se acercó a la casa del buen hombre a
pedirle que le diera una aguja. El agujero (o como se llamen los que “cultivan”
agujas), le dio mil y mil consejos de cómo debía usar dicho instrumento, pero
no le dio ni una aguja, así que María se volvió a su casa sin nada con que
poder coser la dichosa túnica, pero con un master en "agujología”.
Bueno, y
ahora me pongo seria, si es que puedo. Al menos lo intentaré…
Uno de mis
poetas favoritos, que los que me conocen saben que es Khalil Gibran dice:
“La esencia de todo lo
que hay sobre la tierra, lo visible y lo oculto, es espiritual. Al entrar en la
ciudad invisible, mi cuerpo se cubre con mi espíritu. Quien busque escindir el
cuerpo del espíritu, o el espíritu del cuerpo, aleja su corazón de la verdad.
La flor y su fragancia son una; ciegos son aquellos que niegan el color y
la imagen de la flor, diciendo que posee sólo la fragancia vibrando
en el éter. Son como aquellos deficientes en el sentido del olfato, para
quienes las flores no son más que formas y matices desprovistos de
fragancias.”
Se puede
decir más alto, pero no más claro.
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